El viaje va a ser largo y pesado, pero
vale la pena.
Montado en el tren la memoria me
lleva a mi niñez, a esos dulces años. Ahora, ya adulto, quiero
revivir mi infancia y eso me lleva regresar al lugar que me vio
crecer.
Cuando era pequeño, aunque era
feliz, soñaba ser mayor e irme de allí. Menuda estupidez. No sabía
lo mucho que iba a echar de menos todo aquello.
Respirar aire puro de nuevo y ver
esos paisajes me dan esperanzas para curar esta ansiedad que no me
abandona. Necesito abandonar esta vida que hasta ahora he tenido,
necesito vivir.
Os preguntaréis de qué viviré
allí. También me lo he preguntado, pero ahora no me importa. Allí
tengo una casa, que ahora está abandonada. Tenía un pequeño
huerto. Viviré de él, o eso espero.
Ya falta menos.
Ya he llegado. No reconozco nada de
lo que estoy viendo. ¿Dónde está la iglesia?¿Y la plaza donde
tantas veces he jugado?¿ Me habré bajado del tren antes de tiempo?
Nada es como antes. Han pasado
treinta años y lo único que veo son calles asfaltadas y tiendas.
Este ya no es mi pueblo, ni siquiera su reflejo.
La ansiedad me persigue.