Ese dolor la estaba matando, pero
aún así no pidió a la enfermera ningún tipo de calmante.
Quería sentir, quería llorar,
quería vivir. Ya llevaba mucho tiempo llena de drogas para atenuar
el dolor y lo único que le hacían era atontarla y dejarla
adormecida, como en una nube.
Ahora quería sentir todo lo
contrario, notar como su cuerpo luchaba contra esta enfermedad mortal
y ella quería colaborar en esa lucha, y ganarla. Sería una batalla
dura, pero llena de alicientes, entre ellas el haber vencido a la
bestia.
Todos los días se despertaba llena
de esperanzas. La noche era el único momento en el que permitía que
la enfermera la llenara de calmantes. Quería estar descansada para
luchar y no había cosa mejor que el haber dormido un poco bien.
Notaba cada día el dolor era menor
y sus fuerzas mayores.
La llegada de la primavera colaboró
en su lucha, tanta luz le daba energía y ese olor tan especial que
sentía al abrir la ventana de la habitación, el olor de la vida.
Ese día creyó soñar. Ya no
sentía dolor, sabía que la batalla la había ganado.
Ese día ya no despertó, pero
sentía que había ganado, que había vivido hasta el final. Siguió
soñando.
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