Un reproche, un grito, una mala
frase expresada con la cabeza, pero no con el corazón. Toda una
vida, en un segundo, se deshace, como un castillo de naipes deshecho
por una corriente repentina. ¿Quién remedia ahora lo que en un
segundo no quisimos decir, pero que salió de nuestra boca antes de
que lo pudiéramos impedir?
Sólo nos queda una forma de
enmendar el error: pedir perdón. Pero para ello hay que liberarse
del orgullo y eso no siempre es fácil. De ello depende nuestra
felicidad.
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